Kirguistán: la tierra a los pies del sol
Montañas, desiertos, glaciares y lagos. Yurtas, leopardos de las nieves y Lenín. Cetrería, caballos salvajes y powder. Acompañadnos en este viaje de esquí a Kirguistán en el que la nieve y el esquí de montaña fueron solo una excusa para descubrir un apasionante país con una riquísima historia, cultura y gastronomía.
Bienvenidos a la Cordillera del Tien Shan, a las Montañas Celestiales.
Bienvenidos a Kirguistán.
TEXTO y FOTOS: Fco. Javier González @kingsilo
“Si salgo de esta, prometo no volver a hacer splitboard”, me digo a mí mismo mientras noto cómo el miedo me va invadiendo poco a poco. Estoy en un repecho, protegido por una roca del fuerte viento que azota la montaña. Alrededor mío hay un paquetón de nieve considerable, y me he quedado solo al separarme de mi grupo para descansar. Al reanudar mi marcha, una pequeña placa de nieve se mueve ladera abajo. Suficiente para entrar en pánico y volver a la roca. “Decidido. No vuelvo a hacer splitboard. Se acabó. No me merece la pena”.
Retrocedamos una semana. Un avión nos lleva desde Estambul a Bishkek, capital de Kirguistán. Dos cosas llaman mi atención en la cabina: la cantidad de esquiadores europeos y el hermoso exotismo de las facciones de las mujeres.
Aterrizamos en el aeropuerto nevado al amanecer, con los picos de casi 5 mil metros de la cordillera Kirsguiz Alato teñidos de naranja. Somos un aguerrido grupo de esquiadores españoles convocados por la agencia Muntania Outdoors para descubrir las posibilidades de uno de los países de Asia Central que más resuena en las cabezas de esquiadores de montaña de todo el mundo. ¿Por qué? Así, a bote pronto: por sus numerosas montañas y cordilleras de considerable tamaño, sus grandes nevadas, una exótica cultura por descubrir ¡y a buen precio!
En modo after-hour
Contenidos
Un dicho kirguís dice que no hay nada inútil en la naturaleza, pero seguramente eso fue antes de verme progresar cuesta arriba sin haber dormido… Estamos en Ak Tas (Roca Blanca), una pequeña estación de esquí a tan sólo una hora de la capital. “Usamos esta estación como Campo Base el primer día, anticipándonos a posibles pérdidas de equipaje”, me dice nuestro guía Mikel Ibarrola. “De esta forma, si hay que volver al aeropuerto, estamos suficientemente cerca, y además sin perder un día de actividad”.
Creía que nunca vería remontes más antediluvianos que los de los Balcanes, pero me he vuelto a equivocar. Aquí es como retroceder medio siglo, incluso más: remontes de una plaza sin respaldo, deslizándose casi a ras de suelo, pilonas oxidadas y motores y cables cuyo funcionamiento es casi milagroso… A veces se refieren a Kirguistán como la “Suiza de Asia Central”, pero desde luego que no es por sus remontes.
Los clientes de la estación se cuentan con los dedos de una mano y, dadas las condiciones y teniendo en cuenta el dato de que no hay máquinas pisanieves, su nivel de esquí es sorprendentemente alto. “Es una estación muy frecuentada por snowboarders“, me dice Mikel, “sobre todo freeriders“. No me cuesta imaginarlo: el irregular terreno, con tubos, saltos naturales y cambios de nivel debe ser tremendamente divertido con buena nieve. Desgraciadamente, no es el caso… Eso sí, combinando remontes con pateadas o pieles, las opciones se multiplican.
Probamos suerte y logramos arañar algunos giros de nieve blanda que nos hacen sonreír, sobre todo teniendo en cuenta que muchos de nosotros no hemos pegado ojo y estamos esquiando en modo after hour. Eso sí, las vistas a la ciudad, y sobre todo la estepa que se extiende por detrás, son hechizantes… Vemos la cadena de montañas intercalada de blancos y marrones en las caras norte y sur, y la entrada al bonito valle de Ala Archa, un parque natural que promete kilómetros y kilómetros de naturaleza salvaje en una cordillera arrugada y agreste. En primavera, dos refugios dan servicio a misiones alpinas y de skimo.
En el hotel, los esquiadores se sorprenden de nuestro acento. Las fotos en las paredes son de una familia de rasgos rusos realizando distintas actividades alpinas en la zona, probablemente en pasadas y mejores décadas. Cenamos un delicioso kurdak: estofado de carne, además de trucha a la brasa, carne de caballo, empanadas de col, sopa de dim sums con crema, verduras a la brasa… Si sois de buen comer, la gastronomía es un punto extra del país.
En el camino
Como nómadas en un país de nómadas, nos echamos a la carretera en busca de nuevos destinos en los que calzarnos las tablas. “Aquí todos los conductores son aguerridos“, nos dice Mikel nada más presenciar a un conductor local en plena maniobra. La carretera progresa paralela a la cara norte del Kirgyz Ala-Too, una afilada y atractiva cadena de montañas con poderosos glaciares resistiendo el paso del tiempo. En todo el país hay cerca de 3.500.
Con las caras pegadas a las ventanillas, disfrutamos del trayecto observando los detalles que nos ofrece el paisaje: pueblos de barro y uralita; pastores a caballo guiando rebaños de ovejas por los sucios y fríos caminos de acceso. Manadas de caballos y bandadas de cuervos. Las nubes tan bajas que parece que el cielo va a caer sobre nuestras cabezas. Una luz plomiza de tonos ocres que se posa sobre nieves sucias y arboles desnudos. Vetustos tractores, ancianas con velo y jóvenes jugando en el patio helado de su escuela. Una pareja cava sobre la áspera tierra de un cementerio en el que comparten lápidas los muertos musulmanes y ortodoxos. El sol pugna por iluminar las desoladas cimas cubiertas de niebla de los altos valles glaciares. Granjas y precarias explotaciones ganaderas en las áridas laderas sur del valle. El tráfico es escaso. Casi inexistente.
“La carretera progresa paralela a la cara norte del Kirgyz Ala-Too, una afilada y atractiva cadena de montañas con poderosos glaciares resistiendo el paso del tiempo”.
“El país está marcado por zonas pobladas de diferentes etnias”, nos cuenta Mikel, que como buen guía de viaje está versado en la historia, cultura y particularidades del país y la zona. “Una suerte de fronteras étnicas que no coinciden con las geográficas o naturales. Y además llenas de historias de deportaciones y migraciones forzadas en tiempos de guerra: chechenos, koreanos… Incluso pueblos con familias de origen holandés y alemán”. Precisamente pasamos por un pueblo llamado Rot Front (Frente Rojo), poblado mayoritariamente por descendientes alemanes. A la entrada un tanque militar soviético tipo BTR preside un memorial a los caídos en la II Guerra Mundial junto a una mezquita. “No hay pueblo de la antigua Unión soviética que no tenga muertos en la II GM, y abundan los monumentos y homenajes a los caídos“, me señala Mikel.
El corazón del mundo
La historia del mundo no siempre ha girado sobre los mismos ejes geográficos. Y aquí, en la vasta región conocida como Asia Central, todavía resuenan ecos de antiguas y poderosas civilizaciones que han ayudado a configurar un mundo como el que conocemos hoy en día. Reflexiono al respecto mientras visitamos el minarete de Buraná, perteneciente a una de las ciudades más importantes del mundo en el siglo X: Balasagún. Una ciudad del imperio karajanida enclavada en el que era el corazón de la ruta de la seda. Desde lo alto del minarete, las vistas al valle de Chuy y las montañas Alta-Too nos hacen soñar con trepidantes descensos. De momento disfrutamos en el museo de la rica colección de restos arqueológicos bizantinos, arábicos, budistas… una buena muestra del cruce de caminos, culturas y civilizaciones que supuso la Ruta de la Seda.
Aquí, en lo que un día fue el corazón del mundo, la cultura nómada ha marcado el modo de vida desde tiempos remotos hasta hoy en día. Por ejemplo, de camino a nuestro destino vemos campos de Kok Buru, el juego tradicional nómada en el que grupos de jinetes pugnan por llevar el cadáver de una cabra a la portería contraria. Poco después, la aparición del lago Issyk-Kul aporta un nuevo color a la paleta del paisaje kirguís, que hasta ahora nos ha cautivado con sus contrastes de desierto y montaña. Su gigantesco tamaño —-tiene una longitud de 182 km y una anchura de 60 km- lo convierte en el segundo lago de montaña más grande del mundo, después del lago Titicaca.
“Aquí, en lo que un día fue el corazón del mundo, la cultura nómada ha marcado el modo de vida desde tiempos remotos hasta hoy en día”.
De nuevo en ruta, mi vista se detiene en esculturas de leopardos de las nieves en los arcenes, enormes estructuras conmemorativas con la hoz y el martillo, o bustos del líder tribal Alivak Baatir. Un policía nos perdona una multa por exceso de velocidad. Aunque sin duda el mejor disuasor de pisar el acelerador es el abundante ganado suelto en las carreteras.
El arte de la cetrería
“Mi padre era mejor que yo, tenía más experiencia. Él lo hizo durante 50 años“, me dice Aitbek, que a sus 43 años es la cuarta generación de una familia de cazadores kirguisos. Y, en Kirguistán, al igual que en otros países del centro de Asia de cultura nómada, la cetrería es el método de caza tradicional desde tiempos remotos. Su águila se llama Beren, tiene 8 años y pesa 6 kilos. “Lo último que ha cazado fue un zorro y un chacal esta misma semana“, me comenta. Dos veces por semana entrenan juntos, y con veinte años la soltará en libertad y con el instinto intacto, después de una intensa relación vital. El año pasado viajaron a Arabia Saudí a una exhibición, “pero no me gustó, no hay agua ni montañas, y mi águila enfermó“.
Powder y tiburones
“En este valle hemos destrozado los esquís, y en otro hemos pillado casi un metro de nieve polvo“. Un grupo de esquiadores suizos nos informa de las condiciones de nieve en los alrededores del campamento de yurtas al que hemos llegado. Al parecer, todas las palas accesibles desde el campamento están plagadas de tiburones.
Mientras cenamos en la gran yurta que hace de comedor, tres generaciones de mujeres de la misma familia tocan canciones tradicionales que versan de montañas, caballos y mujeres. Poco después nos daríamos cuenta de la buena organización que conlleva desenvolverse en la yurta dormitorio, en la que hay que ordenar las pertenencias alrededor de los colchones que a su vez rodean la pequeña estufa que calienta la estancia. A pesar de las gélidas temperaturas bajo cero en el exterior, en el interior sube hasta niveles que hacen incluso necesario entreabrir la puerta en mitad de la noche.
Nuestros guías intercambian información y tracks con los guías del grupo suizo y nos lanzamos a la aventura. La carretera corre paralela a la cadena de montañas Ala-Too, y cada pocos kilómetros avistamos las entradas a enormes valles que en el mapa se corresponden con diferentes rangos de montañas como las Terim Tor, Kuugan o Burakan Mountains. El terreno y las posibilidades son inconmensurables, cada valle es un tremendo terreno de juego en el que se pueden pasar días y días practicando esquí de montaña. Y eso que sólo vemos el frente de la enorme cordillera Tien Shan, que en el mapa se extiende hasta la frontera China en un inmenso e indómito conglomerado de cimas y glaciares
“El terreno y las posibilidades son inconmensurables: cada valle es un tremendo terreno de juego para el esquí de montaña”
Llegamos al pueblo de Boz-Uchuk, momento de ponerse las pieles y aproximarse hasta el primer frente de laderas (algunas de ellas ya de tres mil metros) durante unos largos y planos cuatro kilómetros de foqueo, con temperaturas primaverales y cielo nuboso que no presagian una buena jornada. Sin embargo, cuarenta vueltas marías después, tras un pronunciado ascenso por zona boscosa, llegamos a un collado a casi tres mil metros en el que la nieve cambia, más fresca y suelta, y el sol se hace un hueco entre las nubes para ofrecernos una preciosa vista sobre la llanura nevada y la cadena del Ala Too range, que hace de frontera con Kazajistán. “En verano las vistas con el lago Issyk Jul son preciosas“, me comenta Mikel en una pausa.
Ahora vemos de cerca los 3.264 metros de la imponente y rocosa cima del Chunkur Tor. Más allá se extienden grandes cadenas montañosas -cada vez más altas, cada vez más amenazantes- hasta llegar hacia el sureste a los 7.010 metros del Manga Tengri, o los 7.439 del Jengish Chokusu, también conocido como Poveda. Nosotros solo hemos ascendido 1300 metros de desnivel, suficientes para gozar del solitario y frío ambiente de alta montaña a más de tres mil metros. De hecho, las fijaciones de mi splitboard se niegan a obedecer por culpa del hielo, y me cuesta unos cuantos golpes lograr que funcionen antes de sucumbir a la terrorífica idea de tener que bajar andando…
“La nieve son cristales aciculares, igual que en Colorado” dice Hugo Cozar, guía de Muntania Outdoors que nos acompaña, visiblemente excitado tras los primeros gloriosos giros. No obstante, estamos en el país más alejado del mar de todo el mundo. Algunos miembros del grupo, no acostumbrados a un espesor y calidad de nieve así, sufren en cada giro. “A mí al final me gustan las nieves que me exigen” me dice Hugo con una sonrisa en la cara. Sin embargo, en mi caso viejas lesiones me reclaman sus cuotas de protagonismo en cada giro, sobre todo cuando la pendiente no es suficiente para gestionarlos cómodamente.
Yurtas Camp
No ha amanecido todavía cuando comenzamos con los preparativos de la jornada en el campamento. Nubes plomizas bajo la luna, negros contornos de montañas lejanas, siluetas donde empieza a amortiguarse el brillo de los astros. “El tiempo cambia rápidamente, y las temperaturas oscilan en función de la posición de sol… lo normal es vivir temperaturas bajo cero”, me dice Mirlan Urdolotov, jefe del campamento, mientras veo a un grupo de jinetes cabalgar sobre la nieve hacia el interior del valle. El campamento de yurtas está en el comienzo de Kyzykl Suu, un bonito valle por el que corre el río de Chong-Kyzyl Suu, con vistas a imponentes cuatro miles sin nombre.
“Aquí es mejor que no te pase nada” nos dice Mikel. “Los rescates y la atención médica son bastante precarios“. Mikel está formado en primeros auxilios y lleva un completo botiquín, pero después de algunas desagradables experiencias en la zona se afana en transmitir prudencia al grupo. “Intentad prestar la mayor atención posible“, recalca Hugo, “cada giro es importante“.
Un servidor ha decidido renunciar a la jornada de splitboard para guardar fuerzas. Eso me permite además convivir con los locales como Mirlan, con el que comparto té y tabaco de liar durante la fría y soleada mañana. Salvo en los meses de noviembre y diciembre, Mirlan vive aquí con su familia mujer y tres hijos. Él se ocupa de todas la intendencia y su mujer de la cocina. “La leche de yegua está muy rica, y es muy buena para limpiar el cuerpo”, me dice mientras me señala un grupo suyo de caballos y vacas que pastan alrededor del campamento.
Mirlan me muestra fotos de excursiones veraniegas con su familia por la zona. Es fácil intuir las enormes posibilidades de un territorio tan salvaje tanto para los grandes trekkings como las cabalgatas a caballo. Es evidente que el turismo de montaña se está desarrollando poco a poco en esta zona del mundo, y ahora mismo me da la impresión de ser como Nepal hace décadas.
Road to Karakol
La ciudad de Karakol, en tiempos soviéticos llamada Przhevalsky en honor al célebre explorador ruso, se sitúa a los pies de un eminente perfil de montañas y glaciares. Estamos en una suerte de Chamonix centroasiático. Karakol es uno de los principales destinos turísticos de Kirguistán, que sirve como punto de partida para las excelentes posibilidades de trekking, esquí y montañismo en las montañas Tian Shan. Pero además estamos en una ciudad culturalmente muy rica por los diferentes grupos étnicos que viven aquí, como los dungan, uigures, kalmyks, uzbekos, rusos y por supuesto kirguises. La ciudad ofrece una gran oportunidad para descubrir otras nacionalidades y culturas dentro de la ciudad. Recorrer sus calles – heladas por la mañana, embarradas por la tarde – permite visitar catedrales ortodoxas, coloridas mezquitas, parques con monumentos militares soviéticos, tiendas de montaña… Y la oportunidad de disfrutar de la gastronomía callejera más auténtica en alguno de sus mercados.
Pero hemos venido a esquiar. Y nuestro objetivo en es aprovecharnos de los remontes de la estación de esquí para gozar de los placeres del freeride. Karakol Mountain Ski Base está a tan solo siete kilómetros de la ciudad, a una altura de 3.040 metros, lo que la convierte en la estación más alta de Asia Central. Su temperatura media es de cinco grados bajo cero, lo que es bastante suave para las medias de temperatura invernal de la zona, gracias a la influencia del cercano lago de Issyk-Kul, visible en los días despejados desde la estación. El forfait apenas cuesta 8$, y da acceso a un terreno de pistas y fuera pistas de todos los niveles, con interesantes y largos descensos entre bosques de coníferas y vistas a montañas y picos que en algunos casos superan los cinco mil metros. La montaña era utilizada para entrenar por deportistas soviéticos, y todavía hoy es un lugar al que acuden muchas familias y grupos de amigos kirguisos a disfrutar de la nieve y los espectaculares paisajes de la zona.
Carbón, minaretes y powder
Llegamos a Jyrgalan al ocaso, atravesando la avenida Lenin mientras en las calles del pueblo resuena la llamada a la oración para los musulmanes. Estamos en una zona de alta montaña ganadera y minera, en la que el turismo se abre paso poco a poco con numerosas casas de huéspedes para esquiadores y montañeros de todo el mundo que acuden al reclamo de las montañas que rodean al pueblo. Coches viejos y casas abandonadas. Bandadas de cuervos y grupos de perros callejeros merodeando entre maquinaria minera. Nieve por todas partes. A pesar de la primera impresión destartalada de las casas, por dentro son tan humilde como limpias. Durante la estancia se convive con las familias, que ceden sus cuartos para los huéspedes, lo que permite además convivir y conversar con sus miembros.
Me encuentro con Azamat, el cabeza de familia, en el exterior de la casa. Está arreglando una pala de nieve, “mi hijo adolescente la rompió al usarla con demasiado ímpetu”, me dice mientras se lía un cigarrillo con hojas de tabaco natural. Fumamos juntos bajo la ligera nevada y le ayudo a mover unos sacos de carbón. Azamat trabaja picando carbón en la cercana mina, y por ello dispone de todo el que quiera de forma gratuita. “Es bueno tener carbón, nos ayuda a economizar en casa, menos electricidad y menos gas, y puedes calentar la casa y cocinar“.
Hablando de cocina, lo hacemos con su mujer: Nazira. Ella, al contrario que su marido, habla un inglés bastante fluido gracias a un voluntario neozelandés que acude cada verano a enseñarla. Me cuenta que tiene dos hijos y una niña pequeña, y que la mayor estudia arquitectura en la universidad de Bishkek.
“La vida en este pueblo era mejor durante la Unión Soviética. Mucha gente trabajaba en las minas y había más vida”.
“Yo soy de otro pueblo, vine a vivir aquí al casarme con Azamat”, me dice mientras prepara junto a su vecina la masa y sofríe el relleno de unos dim-sums en una pequeña cocina de leña, que desde por la mañana inundan la casa de un delicioso olor. “La vida en este pueblo era mejor durante la Unión Soviética. Mucha gente trabajaba en las minas y había más vida. Cuando cayó la URSS todo fue a peor, el pueblo se quedaba a menudo incomunicado por las avalanchas…Si, echo de menos la URSS“.
Las montañas celestiales
Aquí, las posibilidades para el esquí de montaña son interminables. Hay valles, colinas, montañas y montañotes allá donde mires. Uno puede pasar un mes o dos aquí, y todavía le quedaría terreno por explorar… Sobre el mapa comprobamos que lo que vemos es solo la primera línea del frente de sucesivas capas de montañas que siguen adentrándose hasta el corazón de Tien Shan… también llamadas las Montañas Celestiales. Eso sí, la nieve es exigente. No es apta para esquiadores no acostumbrados a desenvolverse en nieve polvo en todo tipo de pendientes y circunstancias. El terreno es muy alpino, y el peligro de avalanchas enorme. “Una de las cosas que más miedo me da es que la gente se quede atrapada en la nieve”, me dice Hugo. “Los espesores son tremendos, de cristales aciculares, sin ningún tipo de cohesión. Es un manto nivoso muy inestable, sin cohesión, muy peligroso. Y me da a mí que no es que nos haya tocado, es que seguramente es generalizado en una cordillera tan seca“.
Los días que nieva y hay poca visibilidad, que en invierno pueden ser la mayoría, es posible adentrarse en los pequeños valles orientales del pueblo, con abundantes zonas boscosas y restos inundados de nieve de antiguas minas de carbón. Pero el premio gordo está en las opciones que ofrece el valle principal Kök-Bel Gorge, con vastas posibilidades en las numerosas cimas de 3 mil metros que lo rodean, la mayoría sin nombre conocido en el mapa, salvo el pico Jyrgalan de 3.753 m, o el Tash-Döbö de 3.180 m. En nuestra progresión por el valle, lo único que rompe el silencio es el sonido de algunas motos de nieve que suben a freeriders en busca de blancos tesoros vírgenes, mientras otros sufrimos para llegar más a esos manás de oro blanco unas horas más tarde, si es que llegamos…
El día que dejé el splitboard
Una hora después sigo agazapado en la roca. Valorando las distintas opciones, he llegado a la conclusión de que tengo que ascender más para descender con mayor seguridad por una pala que he analizado bien. Una vez allí, mientras me ajusto las fijaciones al máximo para sentir una buena respuesta en las profundas nieves que tengo por delante. Me siento orgulloso de haber vencido mis miedos. Pero sigo alerta. Porque, aunque haya asumido el riesgo, sé que este sigue ahí. Y lo cierto es que cuando uno está solo, los miedos pueden ser más difíciles de controlar…
Media hora después estoy en el valle, y observo el punto en el pánico me dominó hasta el punto de prometerme a mi mismo abandonar el splitbpard. Desde abajo me doy cuenta de lo irracional que ha sido todo. El lugar era perfectamente seguro, y la placa que detonó mi pánico no tenía peligro ninguno.
Las vistas a mi alrededor son preciosas.
Sol, nieve polvo y majestuosas montañas.
Un día perfecto.
Así que no.
No es un lugar para dejar el splitboard.
Es un lugar para volver a enamorarse, una vez más, de la montaña, de la nieve y de la vida.
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